Persepolis

Nombre: Lucio

octubre 06, 2006

Parcialmente tapada por fina arena, una inscripción tallada en piedra de suaves curvas postulaba lo siguiente:

"Todo son dos cosas; un instante".


Vestigios como este suelen hallarse con relativa facilidad en los alrededores de Persépolis, en el extenso desierto de cuya muda omnipresencia son rehenes los jardines de la ciudad.

septiembre 12, 2006

Tan sólo quería una platea con todas ellas.
Por eso las conquisté, las perseguí.
A algunas las enamoré y a otras las traté como rameras.

Una misma ciudad, sólida y eterea. Persépolis es mucho más virtual de lo que pudo haber sido, y mucho más real de lo que debió haber sido.
En ella transitan huéspedes y anfitriones por igual; con irritante equidad, ambas especies comparten sus confines.
Teatros, templos y casas. Dos grandes coliseos y cuatro mil estatuas del más puro bronce.
Por sus canales -los más bellos que viajero alguno haya podido ver jamás-, navega una interminable caravana de barcazas que a pesar de su gran número, ejecutan una delicada coreografía en las aguas que surcan el trazado urbano.

Preludio de los elefantes
¿Y quién habla? ¿De quién es la voz que resuena entre las columnas y el vacío de esta ciudad celeste?
¿Quién habita tras los muros de Persépolis?

Alguien que camina entre azulejos rotos.
Alguien que se refleja en mil espejos, a los que confunde con ventanas.

Persépolis es muy grande, y alberga diez mil laberintos en sus entrañas. Se ha dicho de quien habla, que es víctima y señor de todos estos laberintos, aunque a algunos de ellos no los ha visitado o incluso ignora su existencia. Esto mismo le ocurre a los soberanos de reinos muy extensos, quienes con frecuencia desconocen las virtudes de las tierras que son distantes a su lugar de residencia.

Persépolis es, a pesar de todo, simple y pulcra. Sus calles no conocen el hollín y sus casas abandonadas permanecen custodiadas por espectros, que mantienen en ellas el orden y la gracia de eras pasadas.

agosto 19, 2006

Nacimiento
Arada la tierra con sal, ¿qué puede crecer en ella?

Tal ha sido, al parecer, la configuración que la suerte decidió para el fragmento de tierra sobre el cual se levanta Persépolis. Bestias y mentes sumisas (criaturas peligrosamente emparentadas entre sí) regaron con brilloso mineral el perímetro que los sabios habían demarcado. Pero como suele suceder, la sabiduría es una virtud relativa, víctima del juicio de quienes se postran frente a ella.

¿Quién puede decir si fue el atisbo de fría decisión lo que encendió un chispazo de admiración -de obediencia- en aquellos cuerpos y mentes inferiores? ¿Como no concluir, con igual dejo de complacencia, que fue el miedo o el hastío lo que llevó a bestias y hombres a obedecer a sus sabios?

Lo cierto es que algún milagro obró de manera por demás inesperada en el páramo, y consiguió dar permiso a que las columnas, paredes y techos (términos imprescindibles de la ecuación que conforma la civilidad) se abrieran paso desde las entrañas de la tierra y brotaran con su inequívoca pretensión de querer alcanzar el firmamento.

Quienes por fortuna o desgracia hayan hecho de Persépolis parte de su andar, sean bienvenidos a este territorio maravilloso y ancestral. No orienten sus miradas hacia el pasado que muestra capas de lacerante arena salada esparciéndose sobre los pastizales. La aguda lanza de la sal no pudo obrar como se le había encomendado, y un pobre pero firme verdor prosperó entre las grietas del suelo.