Persepolis

Nombre: Lucio

septiembre 12, 2006

Tan sólo quería una platea con todas ellas.
Por eso las conquisté, las perseguí.
A algunas las enamoré y a otras las traté como rameras.

Una misma ciudad, sólida y eterea. Persépolis es mucho más virtual de lo que pudo haber sido, y mucho más real de lo que debió haber sido.
En ella transitan huéspedes y anfitriones por igual; con irritante equidad, ambas especies comparten sus confines.
Teatros, templos y casas. Dos grandes coliseos y cuatro mil estatuas del más puro bronce.
Por sus canales -los más bellos que viajero alguno haya podido ver jamás-, navega una interminable caravana de barcazas que a pesar de su gran número, ejecutan una delicada coreografía en las aguas que surcan el trazado urbano.

Preludio de los elefantes
¿Y quién habla? ¿De quién es la voz que resuena entre las columnas y el vacío de esta ciudad celeste?
¿Quién habita tras los muros de Persépolis?

Alguien que camina entre azulejos rotos.
Alguien que se refleja en mil espejos, a los que confunde con ventanas.

Persépolis es muy grande, y alberga diez mil laberintos en sus entrañas. Se ha dicho de quien habla, que es víctima y señor de todos estos laberintos, aunque a algunos de ellos no los ha visitado o incluso ignora su existencia. Esto mismo le ocurre a los soberanos de reinos muy extensos, quienes con frecuencia desconocen las virtudes de las tierras que son distantes a su lugar de residencia.

Persépolis es, a pesar de todo, simple y pulcra. Sus calles no conocen el hollín y sus casas abandonadas permanecen custodiadas por espectros, que mantienen en ellas el orden y la gracia de eras pasadas.